¿VAIS CON MUJERES? ¡NO OLVIDÉIS EL LÁTIGO!… Nitszche.

(ponencia en el Conversatorio El Techo de Cristal)





¿Vais con mujeres? ¡No olvidéis el látigo!… Nitszche.

Los grandes patriarcas bíblicos se caracterizaban por tener varias esposas, y los había de todos los gustos; Lamec se contentaba con 2, David tuvo mínimo 8 esposas, Salomón tuvo 700 y 300 concubinas…

Mahoma tuvo muchas mujeres, incluida una niña de 9 años y en las sociedades islamistas impera todavía la ley Sharia, en la que se dice que el testimonio de 2 mujeres puede ser equivalente al testimonio de un hombre. El Corán permite que los hombres golpeen a sus esposas.

La historia de la humanidad ha sido, casi en su totalidad, la historia del patriarcado y la historia del machismo. La mujer para épocas remotas y aún en ciertos lugares en la actualidad, es solo útero, ese complejo social ha imperado acaso por siempre y ha marcado el pensamiento y el comportamiento de la humanidad. El hombre en un sitial superior y la mujer por debajo o mejor, muy por debajo de aquel.

La mujer andina representa a la Pacha Mama, porque es dadora de vida, es la llamada a rescatar y reconstruir los saberes y conocimientos ancestrales. La mujer andina, con su capacidad reproductora es sagrada, en su rol de madre no está solamente hacer de sus hijos seres responsables, respetuosos, amantes de la libertad, sino también, perpetuar a través de ellos nuestra identidad cultural, nuestras costumbres ancestrales y nuestro pensamiento milenario. En nuestras manos reposa la perpetuidad del pensamiento andino y su legado para el mundo…

Pero no todo podía ser positivo en nuestra historia y es que la colonización, al tiempo que destruyó nuestro universo y echó por los suelos nuestros sueños y esperanzas, también significó para mis hermanos cañaris, el exterminio de su sangre y la humillación del sometimiento. Y nosotros, que fuimos los dueños de estas tierras cuando las pupilas se hermanaban con los horizontes y con las estrellas, fuimos de repente arrebatados de todo y vistos como extraños en nuestras propias latitudes; desde entonces aprendimos la soledad de los caminos, la nostalgia de los atardeceres y ese frío pertinaz de las madrugadas en el cautiverio de nuestros propios abandonos…

El machismo del conquistador, expresión de la ideología dominante también golpeó a nuestras comunidades alterando el orden que antaño nos pertenecía y con ese machismo se consolidó la opresión étnica, la opresión clasista y la opresión de género. Muchos hogares de mi raza fueron presa fácil en las fauces del alcohol, la violencia, la explotación y la discriminación.

La mujer cañari fue, durante mucho tiempo, sometida al machismo que carcome el entendimiento y a los complejos que golpean hasta el alma, se convirtió en el último eslabón en la cadena del posicionamiento social, su presencia fue simplemente decorativa y su misión en el mundo se resumía a la tarea cotidiana de cuidar el hogar, de acompañar al marido en las jornadas agrícolas, de preparar los alimentos, de parir y de cuidar a los guaguas. Ese fue el destino de las mujeres cañaris, ser apoyo del hombre y soportar con humildad sus exabruptos...

Cuando irrumpen en la historia nacional las organizaciones indígenas como la CONAIE y otras similares, este fenómeno sociológico de sometimiento del hombre a la mujer es tema de variadas discusiones, y es que el hombre comunitario, el hombre que se venció a así mismo labrando la tierra, haciéndola producir, ese hombre que desafía las tempestades, las dificultades y la vida, no podía permanecer en un mundo donde no exista la armonía y el respeto a los demás seres humanos; ese hombre del campo tuvo que aprender que la mujer ocupa un lugar trascendente en su mundo objetivo, y ese hombre abrió la mente, abrió la comprensión y abrió su corazón para aceptar que la mujer comunitaria, que la mujer campesina es también sujeto de derechos y que puede liderar a la comunidad. Cuando se tuvo conciencia de aquello el papel de la mujer cambió radicalmente y ahora existe un respeto mutuo en la mayoría de comunidades, particularmente en el Cañar.

En mi caso personal, tuve que vencer las limitaciones que imponían costumbres y tradiciones y apenas terminada mi instrucción secundaria en el Instituto Quilloac, me trasladé a la ciudad de Quito para cursar mis estudios superiores en la Escuela Politécnica del Ejército, graduándome de Licenciada en Ciencias de la Educación y posteriormente, en la Universidad Particular de Loja obtuve el título de Abogada de los Tribunales de Justicia; posteriormente, en la misma Universidad, alcancé el título de Magister en Derecho Administrativo. Esta preparación me permitió haber laborado como Secretaria Ejecutiva del Consejo de la Niñez y Adolescencia del Cantón Suscal y posteriormente haber sido Secretaria del Concejo del Gobierno Autónomo Descentralizado Intercultural del Cantón Cañar, instancias en las cuales asimilé una experiencia positiva que me permitieron proyectar una acción de liderazgo en las filas del Movimiento Pachakutik, en ese espacio compartí las dificultades y la lucha popular en una serie de acciones y levantamientos contra las injusticias que se cernían sobre la colectividad ecuatoriana, esta participación me sirvió para comprender la problemática social de la mujer contemporánea que por primera vez en la historia, por la reforma puntual sobre las elecciones, podía participar en los procesos políticos guardando la equidad de género y siendo parte equitativa en las listas de candidaturas. Con dos hijos varones, sin el apoyo de mi cónyuge, superando los conflictos sociales y psicológicos del divorcio, tuve que abrirme campo para no sucumbir ante las limitaciones.

Las barreras sociales, esas que estigmatizan a la mujer en su camino hacia su propia realización se levantaron como una tromba en torno a mí, en esta sociedad de complejos dos fuerzas se erguían a mi paso; ser mujer intentando conquistar atalayas superiores y ser indígena en una colectividad que todavía nos menosprecia. Muchas voces criticaban mi decisión por educarme, por estudiar, por alcanzar un título que me abriera otros horizontes, por hacer de la lucha política una expresión de mis anhelos, y no fueron pocas las voces que se levantaron contra mí por ser mujer, por ser indígena, por carecer de recursos, por ser una humilde soñadora que a pulso diario luchaba por realizarse como madre, como mujer, como indígena mismo y como profesional.

La otra barrera era interna, era muy mía, producto de ser parte de esta sociedad de complejos y estigmas, era el anatema mental que me sembraba temores, vacilaciones, recelos, que me hacía dudar de mis ilusiones y de mis esfuerzos. A veces me preguntaba hasta dónde podría llegar en este mundo, sabiéndome inerme en un espacio en donde no hay cabida para los vencidos; acaso por eso aprendí a conocerme a mí misma primero, para conociéndome poder vencer esos esquemas mentales y quebrar poquito a poco esos complejos que encadenan el alma al ostracismo y a la mediocridad.




Parafraseando a Vargas Vila, mucho lodo del combate forma el peso de mis alas, y ninguna realización me ha sido fácil, ninguna recompensa o ninguna conquista me ha sido gratis, aprendí a levantar el estandarte de la superación en cada jornada de la existencia y pude consolidar mi posición como dirigente y lidereza, en un espacio que estaba reservado para los hombres, aprendí a vencer en el debate ideológico y en la lucha por mantener una posición de avanzada.

Muchas madrugadas fueron testigos de la soledad y el infortunio, no fueron pocos los momentos en que me sentí desfallecer, pero quizá el mismo temple que forjó la sangre bravía de mi raza me permitió continuar en el proceso por más difícil que sea y por más duros que hayan sido los momentos de infortunio, los momentos de pesadumbre, los momentos de incomprensión.

Hoy en día, al ser parte de la Asamblea Nacional, me vuelven las frustraciones y los desconciertos, porque entiendo que cristalizar los ideales no es tarea fácil, que dependemos de un entorno en donde priman intereses de otra naturaleza; que en esta “democracia” donde impera la mayoría con la dictadura del voto poco o nada importa la voz de los desposeídos de influencias, posesiones o apellido; ahora, cuando contemplamos estupefactos cómo la sociedad ecuatoriana se desmorona en turbulentas estampidas de corrupción, deshonestidad y descaro, aún creemos en los ideales que impulsaron nuestra lucha, todavía creemos en el ser humano, en la esperanza, en la honestidad que acompaña a los menos favorecidos, en la ética, en la recuperación de los valores; todavía creemos que es posible edificar un mundo mejor en donde la intolerancia, los odios, el engaño y la corrupción no tengan cabida.

Acaso un día, cuando debamos comparecer a ese momento sublime y terrible del encuentro con la parca, nos digamos a nosotros mismos que quizá nos faltó mucho por hacer, que este pequeño retazo de tiempo no nos fue suficiente para toda la energía entregada, pero haber hecho el mejor de los esfuerzos nos reconfortará en ese instante solemne y cerraremos nuestras pupilas con la esperanza todavía de haber cumplido con decoro las funciones que en esta vida nos correspondió.

Por lo demás, el mundo sigue girando, los complejos en la humanidad van y vienen, las verdades que fueron de ayer son las falacias de hoy, continuamos desmitificando el conocimiento y los saberes. Para trascender en la vida sólo bastamos nosotros, nosotros y ese impulso que nos hace diferentes; para las mujeres que me escuchan, el apoyo permanente porque triunfen en la contienda con el destino, sabemos que vencer en esa lid es difícil, no hay espacio para la tregua, caminemos juntas por hacer de la sociedad a la que pertenecemos un recodo de armonía, entendimiento y bienestar.

Gracias.

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