QUILLOAC RECINTO DE SABER
Señores y señores: Con sentimientos encontrados y profunda emoción, regreso a este plantel que formó mi juventud, que me enseñó los valores, que me dio tanto, tanto, tanto, que mi sola gratitud no alcanza para expresar el inmenso reconocimiento que llevo en el corazón para esta institución que nació para inmortalizarse en el tiempo y en el espacio. En estas aulas aprendí que la educación enaltece a los seres humanos, que los libera de sus errores y los conduce, que la educación rompe las cadenas que esclavizan a los hombres y les da alas para que proyecten su intelecto, para que conquisten el horizonte con su vuelo de verdad, para que hagan de su destino un auténtico parnaso de virtudes y de amor… Hace ya varios años, cuando niña todavía, ingresé por primera vez al célebre instituto Quilloac, con más temores que seguridad, invadida por la incertidumbre del tiempo que lo arrastra todo; por sus pasillos caminaron mis ilusiones y mis desconciertos, en sus aulas palpitaron mi corazón